Una mañana fría
de aquel día domingo de 2012, cuando la helada cae y la temperatura llega hasta
los quince grados bajo cero en el pueblo que está a ochenta y seis kilómetros de la ciudad imperial. La
carretera interoceánica que traspasa aquel pueblo lejano aun todavía reina con
su silencio, aún es improbable que puedas ver algún vehículo transitando, es
seis de la mañana, el día ya hace notar su inicio con el cielo más resplandeciente y reflejante, los
pajarillos de los andes ya cantan armonizando el ambiente con sus silbidos a los únicos viajeros que cargan sus
equipajes y suben al camión que partirá
rumbo a Huancarani.
Los pasajeros ya
suben al camión, acomodan sus cargas incluyéndome, también me acomodo encima de
una tabla que está amarrado a las barandas del camión en la parte delantera, me
pongo la capucha, saco mi chalina rosada y me la envuelvo sobre el cuello y la
gran parte de la cara. Inicia rápidamente su recorrido el camión encubierta de
polvareda que estaba estacionado a unos metros de la plaza de armas del pueblo.
Al camión puedo
ver que está parcialmente repleta, hay varias mujeres sentadas sobre los sacos
llenos de productos sujetando sus bebes sobre sus rodillas, varones bien
encubiertas de chullos y casacas algunos parados y otros apoyados sobre la
carrocería del camión. El polvo se apodera dentro del camión, también el frio,
algunos solo tratan de cubrirse el rostro con mantas que llevan, ya que al
parecer no soportan el frio que se apropia a lo largo de la carretera que
transcurrimos.
Ccopi, un lugar
donde tres mujeres y dos varones
subieron al camión, habían esperado una hora
hasta que apareció el camión. Traían
sacos de chuño, habas y papa para vender en Huancarani. El camión se
ponía más repleto, hasta la señora cargada de su bebe viajaba parada, pues ahí
no existía asiento reservado, todos íbamos como sacos llenos de productos, o
como de lugar, cada uno buscábamos nuestro comodidad. Mientras que el chofer
del camión, que también era el dueño,
seguía recogiendo pasajeros aduciendo que todavía había mucho espacio y
tendríamos que acomodarnos. Subieron
todavía más a lo largo del recorrido, un poblador de un lugar que desconozco su
denominación, corría por la ladera
izquierda de la trocha seguido de un niño, levantaba su mano derecha, dando
señales al conductor para que se detuviera, el
conductor vio y se detuvo. Subió el señor, detrás suyo también subió el
niño, pero el señor dijo en voz alta “sal
fuera de aquí, a que me sigues, siquiera en vez de que este pasteando ganado,
yo no voy a pagar tu pasaje”. El niño no tomo importancia alguna, hasta que
el conductor cerró la puerta del camión. Mientras los pasajeros comentaban y
hasta repugnaban las palabras del señor que subió, que estaba haciendo mal
porque los niños casi siempre quieren llegar a los centros de comercio.
El sol ya salía,
todavía sin poder combatir el frio de la mañana, la polvareda que producía el recorrido
del camión nos encubría a todos el cuerpo, nos volvía casi un color crema y
amarillo, algunos que no se cubrían el cabello parecían rubios, hacia un
intenso frio, nuestras manos ya no
podían mover, las casas que vi por las laderas de aquellas montañas estaban muy
dispersas, el techo de las viviendas
eran de pajas de la altura, los muros, los cercos o canchones para los
animales eran construidas de piedras con barro.
Ahí no se producía mas que la papa amarga en huachos, se notaba la
carencia de tierras fértiles y pampas,
solo desiertos casi sin ningún manto de pastos.
Volteamos la última
montaña, las tierras y las piedras ahí eran de color acre, mas no como más
antes la tierra era de color negro, cuando todavía iniciamos el recorrido. Ya
puedo ver el pueblo, está casi en la mitad en la ladera de la montaña, a mi
parecer creo que no ha cambiado como había imaginado antes de salir a este
pueblo, no ocurrió ningún cambio en tamaño, en forma ni en característica a
diferencia que llegue a este pueblo hace doce años atrás, cuando hacía todo lo
posible por llegar cada domingo a este pueblo, para mi pues era la ciudad, y
hasta tenia tantas ansias de residir y quedarme en el pueblo a cada domingo que venía a ese lugar. Esta vez
vine a ver cómo ha cambiado y recordar
mi infancia, mas no con fines comerciales como lo hacía hace años atrás.
En unos momentos
ya llegamos al pueblo todos se bajan del camión, todos pagan su pasaje que es
tres nuevos soles, también pago mi
pasaje con el único sencillo que llevaba en la billetera y tengo que dar el recorrido
rápido por todo el pueblo para luego salir a otro pueblo que lo escribiré en
otra oportunidad.
Jaime Huamá Pérez
Antropología
UNSAAC, PUCP